"Un Perfecto Equilibrio" es un libro de mediados de los 90, escrito en inglés por un autor indio que reside desde hace mucho en Canadá. La crítica destaca del autor (Rohinton Mistry) su estrecha vinculación con la novelística continental "clásica", con especial referencia a Balzac y otros autores franceses, algo que él ha desmentido para subrayar que no conoce bien esa tradición y que de quién se siente deudor es de la novela americana del siglo XX y de autores como Faulkner y Nabokov.
Lo que me interesa subrayar es la sintonía de la obra con otros epígonos de esa tradición anglosajona. El empaque de la novela, incluyendo sus más de 600 páginas de densa temática social, centrada en la vida en la calle - no sólo de los mendigos y pícaros sino también de los trabajadores que se ven obligados a vivir en chabolas o directamente a la intemperie - la acerca a Dickens. Con el Naipaul de "India: una Civilización Herida" comparte algunos cortes más cercanos al reportaje, como en el mitin de Indira Ghandi al que son forzados a acudir quienes viven en la calle. Sin embargo con Naipaul comparte sobre todo el tono y la visión del "expatriado", distanciada y crítica y al tiempo compasiva con el país y los suyos. Quizá más literaria y lírica que su maestro, especialmente en el suicidio que cierra la novela. Un final operístico, de una opera contemporánea ya que Maneck se arroja a las vías del tren en las últimas líneas del texto.
Maneck, que procede de la pequeña burguesía rural, ha vuelto a la ciudad en la que diez años antes se formó como especialista en aire acondicionado. En aquel tiempo alquiló un cuarto a una amiga de la familia, la viuda Dina Dalal, que también regenta en su propia casa un pequeño taller de costura. En el taller casero trabajan dos sastres que, tras pasar un duro viacrucis de chabolas y portales al llegar a la ciudad, huyendo de las matanzas contra su casta, se instalan en el porche de la casa de su patrona, primero como un medio de esta para reternerlos, después también por amistad.
El suicidio se quiere revelador, concluyente, pero entreabre varias lecturas, incluyendo la que señala una cierta dimisión intelectual del narrador. La novela ha cumplido antes una magistral descripción de lo fácil que resulta precipitarse desde la infravivienda a las aceras, más una rara y verosímil narración de la vida en las chabolas y los portales, sin apartar el espejo cuando sus habitantes duermen, comen, cagan y se asean. Sin embargo el narrador se ve incapaz de tomarle las medidas a los males del país y procede cómo lo hace el resto de la clase media en su libro. Esto es, ausentándose de distintos modos; por elevación a la riqueza el hermano de Dina, por auto aniquilación el padre de Maneck; cerrando los ojos en todo caso a los excesos del poder a cambio del retorno del orden y el mantenimiento del status. A Maneck lo considero más cercano al narrador porque su viaje a la ciudad diez años después de los hechos da cuenta de la situación de los demás personajes. Se suicida tras ver la suerte que sus compañeros han corrido.
Diez años antes, junto con dos sastres de casta inferior y la mujer que le alquila el cuarto y que trabaja para mantener su independencia frente a una familia opresiva, Maneck vivió una emocionante historia de convivencia a través de las castas y las clases. Esta experiencia no puede perdurar, no porque la transformación social resulte imposible, sino porque la vida acaba mal, antes o después y si es así ya puede ser antes, nos dice Maneck con su suicidio. Sin embargo entre el antes y el después y el nivelador pesimismo schopenhaueriano está, no tanto el aire acondicionado, sino el agua corriente, los retretes y la atención sanitaria. Aún hoy el 60 por ciento de la población de Mumbai vive - sin sufrir los excesos de Indira Ghandi relatados en la novela- en las chabolas.
La excelente foto de Sthitaprajna Jena, disponible bajo una licencia CC, aporta a mi modo de ver algo de la mirada que complementa el relato de "Un Perfecto Equlibrio", centrado en lo que sucede bajo los tejados de chapa. Otras fotos del autor están disponibles en http://www.flickr.com/people/zeeble/
4 comentarios:
monty, confío en que mi aportación no resulte demasiado prosaica: he descubierto hace poco una palabra nueva y la he visto de un tiempo a esta parte en muchos blogs, especialmente en los que hablan de series de televisión
la palabra se toma claramente del inglés, y la verás en algunos blogs con la advertencia "este post contiene spoilers", en fin, es cuando se cuenta algo que va a suceder a la gente que todavía no ha visto la serie
aparte de eso, tienes toda la razón en lo de los traductores, y sé que el tema nos toca de cerca
un abrazo
santi
¡Qué razón tienes Santi! Y la verdad es que esas últimas lineas cambian toda la lectura (nada breve, por cierto) Acabo de introducir el aviso. Un abrazo
Monty
Lo que llega al papel que leemos es una cascada de traducciones.
Se supone que la traducción inicial es la más prestigiosa. La distinguimos con el nombre de autoría. El autor traduce la realidad, siempre poliforme, inhaprehensible, tridimensional, a ese menguado sistema de representación en dos dimensiones que es el lenguaje escrito.
Luego hay otros traductores, los fetén, los de toda la vida, que llevan a cabo la operación más modesta de trasvasar el producto entre lenguas. Es más modesta porque trabajan sobre una materia prima acotada por el autor; pero es cierto que la pueden reformar, deformar o conformar a su modo al cambiar el código. Del barro que se les ha entregado puede salir un estupendo botijo o una ridícula figurita de Lladró.
El tercer traductor es el lector final. Al descifrar el contenido de las páginas, dotará de sentido las palabras que le llegan en función de su percepción y su bagaje de prejuicios. Esta traducción es, en realidad, la más importante, porque cierra el círculo, supone el destino final de lo que empezó a rodar cuando el autor tomó la pluma o encendió la pantalla.
¿Les reconocemos también a los lectores derechos de autor?
la traductora es Aurora Echevarría, un excelente trabajo
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