lunes, 29 de marzo de 2021

El doctor que subió una colina pero bajó una montaña

Esta conversación entre Gonzalo Torné e Ignacio Echevarría, publicada por CTXT, facilita pistas esclarecedoras sobre la novela del primero, El corazón de la fiesta. 

Echevarría se adentra en la técnica narrativa de la novela y describe la superposición de voces en lo que denomina hojaldre de narradores. Esta acumulación de niveles narrativos abarca la primera y la tercera persona y se da entre voces radicalmente diferentes. Los relatos se entrecruzan en distintas direcciones: narradores «charnegos» que canalizan el discurso de otros pudientes y nacionalistas, y viceversa, e interlocutores como la Monsalvatges y su novio que se consideran excéntricos frente a la polarización del dinero y la Nación, y que con esa excentricidad, a su vez, se significan. Y creo que este trasiego multidireccional es paralelo a la combinatoria de los temas que va formando diferentes configuraciones a partir de al menos tres elementos, sexo, dinero y nación, que identificaremos por sus iniciales: S.D.N. La trama tan tupida de temas y voces hace que en unas pocas líneas se diga mucho y esa densidad se traduce en velocidad narrativa. Son muchas las ocasiones en que se abordan los tres asuntos en unas pocas frases y hasta en una sola. Aparecen recombinados en distintas secuencias y énfasis (s.D.n; D.n.S, N.D.s, etc). La aplicación de esta técnica en la novela da pie a entender que no se puede decir nada, al menos en el marco de referencia de la novela, por separado, que no cabe aislarlos convincentemente.  

El corazón de la fiesta puede verse como una cámara de simulación narrativa en la que el doctor Torné sintetiza y reproduce las condiciones de la interacción del S.D.N en el espacio simbólico catalán. La novela permite ensayar distintas suposiciones que combinan los tres elementos en distintas configuraciones de sentido. Tanto el dinero como el sexo pueden servir para superar las diferencias nacionales. Dinero y sexo funcionan como aceleradores del número e intensidad de las interacciones sociales. Y estas dinámicas son incrementales: cuanto más sexo y más dinero más capacidad de superar las diferencias, más alcance e influencia. Hablo del dinero y no de la corrupción, porque esta puede verse en la novela como un dinero acelerado, gripado, que justamente sirve para salvar más aprisa cualquier barrera en la interacción social. Lo menos que se puede decir es que la significación del término negocio en la novela, el negocio de los Masclans, es la más alejada posible a la que le da uno de los personajes más bondadosos e inteligentes de Middlemarch (Capítulo 56):   

Por negocio Caleb Garth nunca se refería a las transacciones monetarias, sino a la destreza en la planificación y ejecución del trabajo.     

El corazón de la fiesta en la novela no tiene que ver con la destreza en la planificación del trabajo sino con el baile desenfrenado del S.D.N, su combinación ciclónica y vertiginosa en distintas formulaciones que se suceden sin pausa, como distintas formas igualmente lumínicas y efímeras de surcar el firmamento simbólico catalán. Porque en El corazón de la fiesta las interacciones fulgurantes y aceleradas deparan alianzas imprevistas y transformaciones súbitas. En el curso de unos pocos meses una «charnega» de Vorablau puede sentarse como futura nuera a la mesa de Pere Masclans que, a su vez, ve desacreditada una labor de construcción simbólica de décadas en unas pocas semanas. Por otra parte, aunque de partida cada agente goza de una identidad muy compacta, a menudo excluyente, la intensidad de las interacciones puede dar lugar a confusiones y deslizamientos simbólicos más o menos inadvertidos.  La volatilidad genera suspicacia, que a veces raya en la paranoia y justifica el recurso a más corrupción. El dinero no solo puede ayudarnos a cambiar de identidad sino también a preservarla cuando se ve amenazada. Lo dice el Bastardo al explicarle a Verónica las comisiones ilegales: 

...¿y si la gente se confunde y vota a un partido españolista? A ti te dará risa porque son los tuyos, pero si se apoderan de TV3, ¿cómo recuperamos después el «territori»?   

Torné identifica a Europa como el catalizador que desencadena las reacciones más decisivas en el corazón de la fiesta. Y esto es así gracias a la introducción en la cámara de simulación narrativa de una constante imprevista, alejada completamente de los referentes que maneja el lector mínimamente informado de la biografía sentimental del principal prócer catalán de la historia reciente. Que Astrid, la amante de Masclans, sea, no íntimamente extranjera como Violeta, sino Extranjera o Europea, como lo es toda escandinava más allá de los Pirineos, va a perfeccionar el marco de análisis y facilitar  la observación de dinámicas decisivas que en otro caso habrían pasado desapercibidas.  

Pone en marcha, para empezar, lo que Torné denomina cadena del desprecio, por la que los que desprecian se ven despreciados a su vez, a partir del mismo criterio, por terceros. Podríamos llamarlas cadenas de valor, porque estas secuencias valen para todo tipo de juicios, también los positivos. Los catalanes que desprecian a andaluces o murcianos por su procedencia sureña pueden ser tratados igual, por la misma razón, por los daneses. Esta cadena sigue desplegándose y el andaluz girará hacia el marroquí parte del desprecio que recibe de sus compatriotas del norte. Una forma especialmente gráfica y paradójica de esta misma idea se constata en el trato fronterizo, que sirve de piedra de toque para deshacer todos estos barcos de papel. Para los franceses, el País Vasco y Cataluña (Bayona y Perpinán, por poner el caso) son epítomes de las culturas del sur (sol, buena comida, ocio; focalización, en suma, en los placeres y los sentidos frente al trabajo y el intelecto). A pocos kilómetros, al otro lado de la frontera (Bilbao y Girona por ejemplo), los valores se invierten y la toponimia se carga del peso de la industria y la racionalidad frente a los complacientes vecinos del sur de España.

Europa se incorpora a la trama de la novela de forma implícita, a través de la amante escandinava de Masclans y su hijo, el Bastardo, del que se llega a decir que es el único hacia el que Pere Masclans sentía «algo cálido». Desde el principio, con Astrid viviendo en una casa encastrada y oculta en el Parlamento, en un intimidad máxima y secreta con Masclans, queda claro que el deseo de Europa forma parte del proyecto nacional. Astrid se inscribe y oculta en el órgano que representa la voluntad popular y es ahí donde se encuentra cada noche con el máximo representante del Ejecutivo. Europa como adulterio. 

El papel definitorio de Europa en la formación del ideario nacionalista catalán no es nuevo. «La escritura y el poder» de Andreu Navarra recoge una entrevista a Eugenio d´Ors publicada en  ABC en junio de 1916 en la que este señala que «(l)os escritores catalanes deseamos incorporarnos a Europa: queremos que Cataluña sea una provincia de Europa, y que nuestros poetas, filósofos y hombres de ciencia tengan un puesto habitual en la vida europea. Para conseguirlo se dirigen nuestros esfuerzos. Si España quiere acompañarnos a esa incorporación europea, iremos juntos; si no, Cataluña irá sola» 

Sin embargo, en El corazón de la fiesta Europa tiene una faz ambivalente. Es objeto de deseo pero también fuente de condena. No hay que olvidar que Astrid se acaba hartando y se va de Cataluña, y que la fisura que acabará con el gran tinglado de corrupción y prestigio de los Masclans procede de la relación del Bastardo con Violeta, la más nefanda coyunda «charnego»-europea. La continuidad simbólica entre Astrid y Violeta es tremendamente reveladora. Como señala Violeta, tras la debacle de los Masclans, en otra de estas frases que ensarta las tres letras del collar, S.n.d, en este caso: 

A veces me parece que nuestra historia reflejó la aventura de Astrid: otra «nouvinguda» que entró jodiendo en su manera de vivir, solo que mi norte era su sur, y que ella se enredó con un rey y yo con su bastardo.  

Esa doble cara de Europa es muy reveladora del contexto simbólico catalán, como se ha demostrado durante el procés. Europa es el objetivo, ya que se busca una Cataluña independiente integrada en la Unión Europea, pero también el obstáculo, porque la propia configuración de esta entidad supranacional hace complicado alcanzar ese resultado contra la voluntad del Estado español. Y es cierto que Europa ha sido la fuente de los principales reveses de la disparatada persecución judicial del Estado español contra los dirigentes del procés, pero, por otra parte, también lo ha sido de no pocas muestras de incomprensión y desafecto hacia la vía unilateral del nacionalismo.

Siempre me ha gustado el título de esa película de los noventa, «el inglés que subió una colina, pero bajó una montaña» La película no se merece un título tan bueno, por lo que lo tomaré prestado para aplicarlo a El corazón de la fiesta. Me gusta la prefiguración de un resultado que cumple otro distinto. Torné cuenta que empezó a escribir una novela sobre el nacionalismo y acabó escribiendo otra (¿o es la misma?) sobre la corrupción. Se fija un objetivo y se diseña un plan para alcanzarlo y al ejecutarlo se logra otro resultado. A Colón le pasó lo mismo que a Torné. Eso no quiere decir que los resultados sean equivalentes o intercambiables. Por mucho que nos empeñemos en llamar Indias a las Américas, el nacionalismo y la corrupción no son lo mismo.   

Y algo de esto nos dice, y muy bien dicho, El corazón de la fiesta. Las cosas que son diferentes comparten aspectos, contornos y dinámicas. Interesa no confundirlas pero también identificar bajo qué condiciones pueden confluir y cómo influyen unas sobre otras.      

 


   

domingo, 7 de marzo de 2021

O gran poema

¡O gran poema! 

Al final el Poeta se hace poema y Whitman y Neruda dejan paso a T.S Eliot. Lo acabo y sigo teniendo ganas de abrirlo. Da para muchas lecturas. Auguro que este libro pequeño y potente, activado de forma tan discreta, irá detonando muchas lecturas a lo largo de un tiempo amplio.    

En pocas páginas hay muchos paisajes y discursos distintos, pero todos vuelven al origen, como las puntadas de una costura, a Navia, y en concreto la confluencia de los ríos Navia y Ser, que es también donde las palabras acaban. 

Ali donde o río Ser desemboca no Navia alí desembocan todas as palabras do mundo 

Parte del caudal lírico del poema llega del reencuentro con la lengua que el autor recupera después de largo tiempo. Una y otra vez los versos se iluminan en un Pentecostés que cubre cada palabra de asombro y añoranza.  

El autor, Tino de Féliz, es compadre del irmandiño Quicho 

sábado, 6 de marzo de 2021

«Gente en torres de cristal» de Shirley Hazzard

Se presenta como una novela y no digo que no lo sea. Es también una colección de 8 historias levemente hilvanadas que proyectan un esclarecedor y divertido análisis del trabajo de oficina en Naciones Unidas, y, con menor detalle, de las tareas sobre el terreno. Publicada en 1967, el texto no ha envejecido aunque la ONU sí, y el idealismo institucional y el de sus trabajadores se ha mitigado considerablemente. Eso sí, mucho de lo que se cuenta es aplicable al trabajo de oficina de otras organizaciones, públicas y privadas. 

Siempre me ha llamado la atención el contraste entre el tiempo que pasamos en la oficina y la poca ficción que le dedicamos, hasta el punto que la ficción podría definirse como el horizonte que se dibuja más allá del escritorio. De Melville y Eliot a Kafka o Walser, pasando por Pessoa o Svevo, la nómina de escritores oficinistas es larga, aunque raramente se ocupan, al menos de forma explicita, de los dramas y comedias que encierran los cristales translucidos de las oficinas. Walser ha descrito muy bien como la restricción del tiempo y espacio de la oficina impulsa la imaginación. Aunque lo suele hacer lejos, con lo que el oficinista se fija más en los Leviatanes de mares exóticos que en los del despacho contiguo. Shirley Hazzard (igual que Melville) se atreve con todo tipo de monstruos. La elegante y combativa escritora del New Yorker, ciudadana dilecta de Capri y esposa del crítico Steegmuller, fue antes, durante más de diez años, oficinista en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York.