Unos pocos días antes y otros después del Diwali cumplo mi viaje a la India. Leyendo en aviones, hoteles de otros países o ya de vuelta en el Paquis, dos novelas me dejan vislumbrar algo de la suerte colectiva - comunitaria, familiar- de sendos enclaves del país. Una historia sucede en el sur de la India, "La casa de los Mangos Azules" de David Davidar; la otra en el norte, "La herencia de la pérdida" de Kiran Desai. Tomado en ambos casos en el entorno rural, se ofrece un retrato prolijo de dos grupos de clase media del siglo XX: los terratenientes agrícolas del sur y la comunidad de jubilados y ociosos de toda calaña instalados cerca del Himalaya. Ambos textos cuentan con vistas a estamentos de menor renta - los jornaleros del sur, los gorkhas del norte- y a otros más pudientes y poderosos, incluyendo el poder colonial británico. Por ambos cruza la Historia con mayúsculas - Gandhi, Nehru- para conformar anécdotas como miniaturas colocadas junto a las figuras locales, mayores por la perspectiva, que llenan las baldas de ambas historias. Un viaje fatigoso, dada la extensión de las vistas, la profusión de matices e información. Hoy que Occidente comienza a visitar a fondo la India no se habla del "mal de Italia"...
En cualquier caso la lectura me lleva a la discusión sobre las funciones de la novela y a mi desdén pasado por su valor para conocer lugares. Esa función turística que muestra la Historia, geografía y costumbres de los espacios en que la narración se desarrolla, aunque se viaje por todos ellos mediante el vehículo de una historia que se cala, avanza a trompicones o directamente echa humo y se para. Estos libros me reconcilian con esta visión de la novela, hasta ahora como digo relegada por la que cambia el mundo o lo desentraña -la que opera como una herramienta (seguramente un bisturí) del conocimiento. Se dirá que si la novela turística también enseña lo que muestra no se puede comparar con otros conocimientos, en la cúspide de los cuales está el conocimiento auto-referencial, que corresponde a un texto que ciñe sus ambiciones a los propios mecanismos de la narración. La maquina es bella aunque no haga nada, la rosa es sin porqué.
Eppur quiero una novela que refleja un mundo - el espejo de Stendhal- y lo recorre, te lleva a un lugar determinado. Estas dos novelas al menos intentan lo primero. De acuerdo con que cumplen un itinerario de agencia de viajes. Que hay otros vehículos; no sólo que procuran mayor visibilidad y son más rápidos, aunque también, sino más desaforados. Que llevan el paso cambiado y van pasados o cortos de revoluciones, de modo que no entran siempre en las casas respetables y las del pobre llevando a cada una las palabras aceptables. El Naipaul jadeante y disperso que va y viene como la lanzadera de un telar por la India complicada de los setenta en "India: Una civilización Herida". Todo texto que se salta un punto. Omite las palabras de rigor para reflejar y llegar, reflejar hasta llegar como el que teje.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario