martes, 9 de octubre de 2012

ELEGIA DEL COMUNISMO

El Partido de Richard McGregor puede leerse como una inopinada y contundente elegía del comunismo, o en todo caso del comunismo chino. Inopinada por provenir del que fuera corresponsal en China del Financial Times y presentarse en gran medida como una crítica al sistema de aquel país. Contundente en parte por lo mismo, por proceder de una fuente documentada y en principio no partidaria e incluso contraria al régimen que comenta. De alguna manera, la reseña de Zizek al libro tiene el tono de un saludo de bienvenida que valida esa lectura elegiaca.

El libro tiene un primer valor en la descripción del capitalismo de Estado, que me permite actualizar  la que se contiene en mi entrada anterior sobre este tema. El Capitalismo de Estado y la Socialdemocracia constituyen combinaciones de componentes públicos y privados, por oposición a los modelos puros  y seguramente hipotéticos, de capitalismo y comunismo. La forma en que se da esa combinación, sin embargo, es radicalmente diferente.  En la socialdemocracia se modera o mitiga el capitalismo en atención al interés público. Se hace desde el punto de vista de la producción, con la coexistencia de empresas públicas y privadas, pero sobre todo se hace desde el punto de vista de la distribución, donde la seguridad social, los servicios básicos como sanidad y educación y una política fiscal progresiva hacen que el Estado cumpla una función de redistribución de la renta y establecimiento de unas condiciones mínimas de bienestar para todos.

En el capitalismo de Estado, el modelo hasta cierto punto inspirado en las economías de regímenes autocráticos asiáticos que despegaron con fuerza en los 80, los entonces llamados dragones como Singapur, Taiwan o Korea del Sur,  el capitalismo se abandona a sus propias reglas pero asegurándose de que el Estado mueve las fichas necesarias para dirigir la economía, especialmente a través del control de las grandes empresas y conglomerados nacionales, los campeones nacionales, que tiran del conjunto de la actividad económica.  El capitalismo de Estado puede llegar a ser un capitalismo desbocado pero el Estado está al mando de la tormenta. Las intervención pública característica no tiene lugar por vía de los impuestos o los servicios básicos, moderando el efecto del libre juego de los agentes económicos, o fijándoles límites, sino dirigiéndolos, para lo cual se aprovecha en el caso de China que los ejecutivos  responden tanto ante sus accionistas como ante el Partido al que pertenecen.  El sistema se deja a menudo en piloto automático pero el Partido puede tomar las riendas en caso de emergencia.

En el modelo chino esta dirección se hace efectiva a través del control del nombramiento de los  directivos por el Partido, que funciona como correa de transmisión de instrucciones políticas a los agentes económicos. Permite en suma que la consideración del interés público esté presente en el corazón mismo de las decisiones económicas. Un caso paradigmático que se relata en El Partido es la crisis financiera de 2008. Cuando las instituciones financieras occidentales negaban el crédito a las empresas por temor a la situación económica, precipitando así una cadena de temor que desembocó en la bancarrota económica, el Partido Comunista Chino dio orden de incrementar el crédito a las empresas, y los bancos sustituyeron sus reticencias de meros agentes económicos por el cumplimiento de las órdenes políticas.

Es cierto que para McGregor la eficiencia económica no serviría por sí sola para legitimar un sistema. De hecho McGregor subraya graves deficiencias en relación a los derechos humanos, la salud y la educación, la igualdad y la ecología. Sin embargo en todas estas cuestiones se ponen en evidencia los progresos llevados a cabo en China. Finalmente, China ve su modelo como alternativa al capitalismo occidental y es consciente de sus ventajas en la compaginación de la eficiencia económica con el interés público. Los chinos -o muchos de ellos- no se sienten avergonzados sino orgullosos de su sistema. No aceptan las calificaciones impuestas por Occidente, entre las que se encuentra, la de negarles el título de comunistas. Nosotros - dice en El Partido un empresario de éxito miembro del Partido-  y con nosotros se refiere a los comunistas, decimos lo que es comunismo.

El Partido deja abierta la puerta a que el sistema chino se transforme de manera novedosa y avance hacia un mayor respeto a los derechos humanos y una mayor democracia, pero sobre todo deja traslucir la admiración y la confianza del autor hacia el porvenir del sistema.

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