Personajes típicos de Ginebra: el viejo inmigrante italiano o español al que la emigración dejó varado en estas calles, lleva muletas, tiene una traqueotomía, pero no porque haya somatizado su fracaso sino porque quiere disfrazarlo; el delegado que pasa la noche en vela consumiendo cocaína antes de hablar por su país ante cualquier organismo especializado de Naciones Unidas. Lo hace en busca de sentido, después de leer sus instrucciones, pero no se le entiende. Un diplomático descendiente de Magallanes tiene su barca de remos fondeada en el club de Naciones Unidas. Surca cada semana el lago por su parte más estrecha sin poder reprimir al mirar el horizonte una actitud - no llega a ser un pensamiento - en que Historia y Familia se dan felices de la mano.
No hay un tipo ginebrino para la desgracia porque esta se silencia todo lo posible. Desde la joven aplastada por el autobús cuyo cadáver tapado con una manta ignoran sin esfuerzo visible los viandantes hasta el manifestante Tamil que se prendió recientemente fuego ante la sede de Naciones Unidas para protestar por la situación de su pueblo. La proverbial discreción suiza se refleja en el comedimiento de los medios de comunicación.
¿Y donde están los banqueros? No se les ve en la margen derecha, la de las Naciones Unidas y los extranjeros, si descontamos a los cajeros y algún director de establecimiento dedicados a los inmigrantes. Menos aún se ve al depositario de la banca privada. En cualquier otro país los titulares de los periódicos señalarían la llegada a la ciudad del que fuera a invertir una parte de lo que suponen algunos de esos depósitos. Aquí nada se sabe ni se comenta, lo que permite que suceda. Ni siquiera se nota - con muy destacadas y honrosas excepciones- cuando se trata de fortunas obtenidas ilícitamente, el fruto de la corrupción y el soborno, el comercio ilegal, la delincuencia. Todos estos depositarios devienen invisibles, pasan a ser anónimos clientes bancarios, equiparables a los fabricantes de dentífricos o pasta de papel, desde que efectúan sus ingresos.
Algunos directivos de los organismos internacionales han intentado también desaparecer en el cristalino aire ginebrino. Se involucraron en malversaciones, empleando para fines particulares lo que pertenecía a la comunidad internacional u obteniendo cuantiosos sobornos a cambio de favores en contrataciones o votaciones...Quizá tenían en mente la extra territorialidad e inmunidad de de sus personas y organismos y la analogía con el que llega de fuera con el fruto de su saqueo y deviene invisible con el deposito bancario. La analogía no funcionaba para el ciudadano ginebrino. A pesar de la extrema discreción local y el deseo de respetar la autonomía de los organismos internacionales la ciudad no podía dejar de verlos. Proyectaban su sombra al cruzar el lago hacia la ciudad, pero también los veían si se quedaban en sus despachos y no salían nada más que para volver a casa. Y los periódicos y las páginas de Internet lo confirmaban con un zumbido discreto y persistente como si fueran todos los miembros de la colmena, batiendo al unísono sus alas, los que mantuvieran la vigilancia. Las mismas abejas que reposadamente libaban los depósitos extranjeros.
miércoles, 18 de marzo de 2009
TIPOS Y PUENTES
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1 comentario:
... Y las mujeres de Ginebra, qué les pasará por la cabeza a las mujeres de Ginebra, ésas que pasean en grupos revestidas de su baia, su chador, incluso su burka, que entran en las joyerías a la orilla del lago, en las tiendas de ropa interior donde compran bragas imposibles con forma de corazones, sostenes diseñados para realzar un busto que se empeñan en enterrar luego con saña bajo capas geológicas de tejidos; qué les pasará por la cabeza a esas mujeres que han sido o van a ser madres prolíficas, sobre cuya higiene nos asalta una legítima sospecha, que tal vez tengan conciencia y sepan que viven un mundo monstruosamente distorisionado por el cristal ahumado de su berlina. O a esas otras mujeres de la Ciudad Vieja, tomándose al principio de la primavera un vermú en las terrazas más caras de Europa, las mujeres más hermosas del mundo, las que usan pincel para aparentar que no se maquillan, de espaldas rectas y escotes abiertos, el pelo rubio recogido en una elegante coleta que nos gusta imaginar ondulándose durante una felación, que ven a las otras, a las tapadas, a las morenas, y establecen con ellas una complicidad de la que los demás quedamos trágicamente excluidos.
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