Benjamín Chichepotiche ha venido esta tarde a casa a tomar el té.
Esperaba verlo contento, disfrutando de su merecida jubilación tras concluir una
brillante carrera de profesor de lingüística en la Universidad de Ginebra. Todo
lo contrario. A Benjamín se le veía inquieto e insatisfecho. Nervioso. Como si
le quedara mucho por hacer, pero como si, al mismo tiempo, no hubiera nada que
hacer.
Benjamin se
propuso, hace cuarenta y cinco años, desarrollar un sistema para medir la
desaparición de las palabras. Cada mañana de domingo se situaba en una plaza
pública muy frecuentada y, mediante un potente equipo de grabación, registraba las conversaciones
de los transeúntes. Empezó su
tarea en la plaza del Bourg du Four, y más tarde en la place de Neuve, y aún
después en la place du Cirque, pero al cabo de un año se dio cuenta de
que el numero de viandantes en Ginebra no era suficiente para
llevar a cabo mediciones relevantes por lo que, tras dudar entre distintos
espacios públicos de Milán, Lyon y Barcelona, se decidió por la plaza de
Cataluña para llevar a cabo sus experimentos.
Benjamín, que
comenzó sus ensayos en el marco de la tesis doctoral, con apenas 23 años, medía la velocidad con que las palabras dejaban de usarse, precipitándose al silencio
en la densidad decreciente del habla. Es cierto que sus mediciones, aplicadas tanto a palabras en catalán como en castellano, reflejan todo tipo de fluctuaciones en el uso, también su incremento, pero Benjamín piensa que este es siempre pasajero, y que todas las palabras acaban desapareciendo.
Los gráficos de su monumental estudio muestran en distintos colores la evolución del uso de palabras tan dispares y sintomáticas como "dialéctica", "ordenador", "negociació", "condón", "conjuntura", "lucha de clases" "transición", e"independencia". Su obra, aún inédita, puede representar un avance descomunal en el campo del análisis sociolingüístico. Leo por ejemplo que un domingo de enero de 1973, "lucha de clases" se pronunció siete veces en la Plaza de Cataluña, por 4 veces un domingo diez años después, 2 en 1993 y ninguna en 2003. "Marica" se registró 20 veces un domingo de marzo de 1973, 22 en el mismo domingo de 1983, 6 en 1993 y 23 en 2003. "Figa", 30, 31, 31 y 30 en los mismos años, respectivamente. "Mòbil" se detecto por vez primera en 1993. Se escuchó 28 veces el 21 de enero 1996, tercer domingo del mes, 229 veces diez años después, y 1230 el mismo domingo de enero de 2016.
Los gráficos de su monumental estudio muestran en distintos colores la evolución del uso de palabras tan dispares y sintomáticas como "dialéctica", "ordenador", "negociació", "condón", "conjuntura", "lucha de clases" "transición", e"independencia". Su obra, aún inédita, puede representar un avance descomunal en el campo del análisis sociolingüístico. Leo por ejemplo que un domingo de enero de 1973, "lucha de clases" se pronunció siete veces en la Plaza de Cataluña, por 4 veces un domingo diez años después, 2 en 1993 y ninguna en 2003. "Marica" se registró 20 veces un domingo de marzo de 1973, 22 en el mismo domingo de 1983, 6 en 1993 y 23 en 2003. "Figa", 30, 31, 31 y 30 en los mismos años, respectivamente. "Mòbil" se detecto por vez primera en 1993. Se escuchó 28 veces el 21 de enero 1996, tercer domingo del mes, 229 veces diez años después, y 1230 el mismo domingo de enero de 2016.
El sueño último
del profesor Chichepotiche era certificar la
desaparición completa de una palabra, atestiguar que un vocablo había pasado a
formar parte definitivamente de lo que llamaba el "lodo semántico silente", un fondo
de sentido en que el hablante conoce la palabra pero ha dejado por completo de
pronunciarla. Había centrado todas sus esperanzas en la palabra
"cáspita", registrada una fría mañana de febrero de 1971, uno de los
primeros domingos de su experimento, y que no había vuelto a ser detectada
desde entonces. Eso le permitió certificar, en un artículo publicado pocos días antes de su jubilación, que "cáspita" no era ya tal palabra,
no se hallaba entre nosotros, flotando en el habla, sino que formaba parte del
limo lingüístico, conforme a lo que vino en llamar el estándar, teorema o
principio de Chichepotiche, que requería cuarenta y cinco años sin mención en plaza pública. Pasados unos meses, tras recibir un gran número de comentarios a su articulo, mayormente elogiosos, dio luz verde a su editor para que publicase su monumental estudio en forma de libro.
Este habría sido, sin duda, un final triunfal para la carrera del profesor, si no fuera porque, al
acercarse a visitar a un amigo al hospital cantonal, la pasada
semana, justo el día después de recibir los primeros ejemplares impresos del libro, un suceso inesperado le obligó a revisar sus conclusiones, tan
trabajosamente alcanzadas al cabo de los años. En el mismo pasillo que su amigo, un cura esperaba con los santos óleos a la puerta de un emigrante gallego de voz ronca y esforzada respiración. Chichepotiche se paró en seco al oír la palabra
"carallo" y esperó junto al prelado mientras un magma indescifrable de
voces en que se mezclaban el francés, portugués y castellano, arrastraba hasta
la puerta, ciertas e inconexas, las siguientes palabras: "Franco", "deslomado",
"vinho""putain de banque", "zanja" y
"chubasqueiro do pito". Esta última expresión hizo que el prelado se
girase a Chichepotiche enarcando las cejas. Y que, a continuación, levantado
ante sí los santos óleos, respirando hondo, entrara en la habitación.
Sólo se oyeron dos
palabras más, con la misma voz ronca, pero en un tono sorprendentemente infantil. Una de ellas causó la ruina de Chichepotiche:
-¡Cáspita, un
cura!-
Benjamín no pudo
ya visitar a su amigo. Salió del hospital y en el primer bar que encontró apuró
media botella de güisqui. No salió de casa en tres semanas, en las que trató de
formular una teoría complementaria que salvara el teorema o estándar de
Chichepotiche, y de paso le salvara la vida.
Hoy en casa le he
ayudado a dar forma final a esta hipótesis:
"Las criaturas que
habitan el lodo semántico son especialmente propensas a emerger de sus
profundidades abisales durante la agonía del hablante que las oyó en la
infancia"
Para corroborar
esta hipótesis, que a su vez salvaría su teorema, el profesor Chichepotiche
ofrece un estipendio equivalente a la mitad de su propia jubilación para
efectuar un trabajo de campo en cinco residencias de ancianos del Estado español, donde, en jornadas prolongadas de grabación a moribundos, se trataría de detectar
otras ocurrencias de la palabra "cáspita". Los candidatos contarían
con el apoyo del asistente del profesor, el tesinando Nathaniel Lonez, y tendrían a su
disposición su equipo personal de grabación.
Espero que la
feliz conclusión de este trabajo de campo devuelva la sonrisa al profesor
Chichepotiche. Que se le vuelva a ver por la librería Albatros, hablando con los
padres de los niños que participan en los cursos de catalán, o en la
presentación de algún libro.
Víctor Sombra, que
ha compartido el té con nosotros se ha ofrecido a ayudarnos en el proceso de
selección. Las solicitudes pueden enviarse a esta misma bitácora,
hasta el 22 de marzo.
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