Brujería de Gonzalo Torné.
Dídac de Castellar recuerda un poco al escorpión de la fábula que pica porque su carácter le impide actuar de otro modo. Hacerlo en este caso va a desbaratar la razón conversacional que iba tejiendo la historia, «la Dialogada», y que permitía avistar horizontes en los que Dídac superase justamente el molde cerrado de la clase y el carácter. Esos otros futuros posibles están esbozados de forma tan convincente que se mantiene la tensión del desenlace hasta casi el final.
La razón conversacional que tejen los encuentros de Dídac con Laura y Berta articulan un narrador colectivo que empuja a cada interlocutor a ir más allá de sí mismo, algo que sucede en las buenas conversaciones. Se plantea en estos pasajes un modelo audaz de narrador, diferente de otros ejemplos, como el coro de algunas novelas de Gopegui, en los que se da una sola voz común en la que se funden las de todos sus miembros. Se trataría más bien, en el curso de estas largas conversaciones, de un narrador interpersonal en que cada interlocutor conserva su identidad, pero es capaz de cuestionar al otro al punto de modular su rumbo vital, y el del conjunto de personajes. Se traza un equilibrio narrativo variable e interdependiente en el que el diálogo, con su propia dinámica de imprevistos y sobreentendidos, va marcando el destino del relato.
Dídac trata de avivar otras dos conversaciones que no llegan a prender. En primer lugar la ensoñación de interactuar con sus antiguos amigos, recreando distintos pasajes de su convivencia y tratando de modular su presencia, que no puede abocar sino a una rememoración frustrante. En segundo lugar, la que trata de restablecer una relación directa con estos mismos en el presente, empezando por Clara, y que también conduce al fracaso. Frente al eficaz narrador dialogado que se impone en la interacción con Laura y Berta, la narración queda en manos de un narrador solitario, apocado, que trata ilusoriamente o bien de recrear el pasado, o de buscarle una continuidad tras una ruptura insalvable. Es en esta tesitura en la que clase social y carácter vienen al auxilio de Dídac y se combinan para hacer equivalentes lo que más importa y lo que da igual. El diálogo no tendrá la última palabra.
Y luego están la textura narrativa. Muy acertado que Dídac sea un experto en moda, porque hay un despliegue deslumbrante de tejidos textuales. Aquí van algunos retales:
Y era como si los nervios de las manos le pidieran al día que avanzara más despacio para retener el momento y más deprisa para que fuese ya mio y nada pudiese perturbarlo.
La lluvia volvía más lento el cristal de la ventana.
Iba envuelta por un vestido corto de seda negra, pensado para la copa de la noche, y que la gabardina malva cubría casi como un arrepentimiento.
El viento levantaba montañas de agua, curvas y azules, cuyas paredes al derrumbarse se extendían en una irritación de espumas que me recordaron a enjambres de cabelleras sin rostro.
En resumen, Torné pone en nuestras manos otra máquina bella e inteligente, distinta, pero conectada a las anteriores.
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