Sin embargo la relación entre
contracultura y revolución no ha estado exenta de líneas de tensión. La
contracultura pone en cuestión los movimientos revolucionarios no mediante una
crítica sistemática, sino más bien por un cambio de campo de visión, de foco de
atención, acompañado de una perdida de interés. Esta mirada lateral que
puede detectarse ya con el movimiento beatnik en los años cincuenta tiene un impacto histórico
tremendo si se tiene en cuenta que supuso restar algunas de las fuerzas más
dinámicas y creativas a unos partidos comunistas que tras la II Guerra
Mundial y con el prestigio bélico de la URSS aún fresco contaban con una
implantación social importante en Occidente y una ambición concreta de alcanzar
el poder (véase para el Reino Unido, lo que dejan translucir de las reuniones
locales del Partido Comunista novelas como El Cuaderno Dorado de
Doris Lessing o El Espía que Vino del Frío de John Le Carré ).
Las posibilidades de la
contracultura para erosionar el impulso revolucionario fueron exploradas a
fondo en la guerra fría, como en los programas de promoción cultural
financiados por la CIA en Europa Occidental que ponían el acento en la
abstracción, el jazz, la música dodecafónica y la literatura más arriesgada
desde el punto de vista formal. Desde el bloque soviético se había
ayudado a levantar esa diana al distanciarse o condenar las vanguardias cuya
abstracción formal se consideraba desconectada de la realidad social.
La interacción entre
contracultura y revolución adopta un antagonismo especial en relación con las
drogas. La juventud socialista, al menos
en Europa central, apenas estuvo expuesta a las sustancias sicotrópicas, incluso en las epocas de su auge en Occidente. Sí se daba en cambio un uso extenso e intensivo de las drogas
autorizadas como alcohol y tabaco. Sin embargo, distintas organizaciones
revolucionarias que operaban en Occidente - a menudo de carácter nacionalista
como la ETA o el IRA y por tanto preocupadas no solo por la revolución sino por la
exaltación patria- ejecutaron camellos como forma de evitar que los jóvenes,
cediendo a los placeres de la droga, flaqueasen en el impulso revolucionario.
De hecho acusaban a las fuerzas del orden del Reino Unido y de España de
promover la droga en Irlanda del Norte y el País Vasco, respectivamente. La CIA
y la ETA trataban de evitar la distracción representada por las drogas, del
mismo modo que las instituciones educativas católicas fomentaban el deporte como
forma de alejar a los chicos del sexo. Los objetos de deseo que se trataba de
subliminar eran la revolución y el sexo, respectivamente, mediante los
agentes distractores de la droga y el deporte.
Quizá la heroína represente la mayor de las
distracciones tanto por la intimidad física que entraña su administración
intravenosa como por el grado de dependencia
que desencadena. El reflejo de la
intensidad de su lazo se refleja en las comunidades cerradas de usuarios que
genera. El apelativo de yonqui viene a definir, más que un estilo de
vida, un destino común e inequívoco y una condena social. Se trata del desafío más fuerte al compromiso
revolucionario puesto que supone una metamorfosis radical, metabólica, que
guarda conexiones simbólicas fuertes con la comunión eucarística y la vampírica.
La contraposición simbólica juega
también en el plano externo/ interno, confirmando la visión de pastores y
filósofos que predican que la verdadera revolución es interna. El asalto al
Palacio de Invierno tiene su reflejo inverso en el asalto a la propia
interioridad/intimidad representado por la intromisión de la aguja en la vena.
Si en el sistema socialista la
droga no autorizada no existe, un planteamiento puramente liberal y capitalista
evitaría la regulación estatal del uso de las sustancias sicotrópicas. Todas estarían
al alcance del público que las usaría por su cuenta y riesgo. La socialdemocracia intentaría situarse en el
centro. No legaliza el uso de las drogas pero trata a los usuarios, intenta
rehabilitarlos a través de programas de desintoxicación y, si no hay
perspectivas para abandonar el consumo, les facilita programas paliativos en que
el sistema público administra las sustancias prohibidas. El yonqui deviene un objeto en manos del
sistema que lo cuida, le facilita jeringuillas, una sustancia u otra y la dosis
que le corresponde. Como sucede en otros
campos, la socialdemocracia convierte al ciudadano en muñeco manejado por el sistema a través de su red de regulaciones. En algunas ciudades como Ginebra la asimilación deviene especialmente gráfica. La casa de muñecas está bien a la vista y en un edificio de colores abierto al público, el 9, se asea a los muñecos, se les da de comer y beber y cambia de ropita antes de suministrarles la dosis que les corresponda.
Cabría pensar que el dialogo
cultural relevante en nuestra época tiene lugar entre un desencantado y un
yonqui, como dos formas distintas de evitar el compromiso revolucionario e
incluso cualquier compromiso político fuerte. (El yonqui deviene un paradigma
social más allá de la droga, es el que quiere siempre más de algo que sabe
parcial, el que está dispuesto a
construirse sobre esa parcialidad (condición y aspecto físico; dinero; deporte;
poder sobre terceros) sin querer darse cuenta que el sistema usa su dedicación compulsiva para sus propios fines). Entre
el yonqui y el desencantado, con un fondo de empresarios oportunistas, obreros
marginalizados y políticos corruptos, se entabla el diálogo de nuestro tiempo. Es
un dialogo de sordos porque cada uno está solo interesado en sí mismo, en sus
sentimientos el desengañado y en sus sensaciones (el paso de la euforia a la
resaca y viceversa) el yonqui. Distintos navegantes del propio pulso.
Ni uno ni otro son ajenos a la
idea de un cambio social regenerativo. El desencanto sobreviene al que busca en
la revolución una ampliación constante de las expectativas, sin darse cuenta
que unas cierran el paso a otras y que la suspensión continúa de todas las
posibilidades lleva a dibujar un horizonte sin ninguna de ellas. Pasa por tanto
de la ilusión sin limite a la desesperanza sin fondo. El adicto quiere
concretar en una sola todas las posibilidades y busca la que de forma más
definitiva, radical y concreta (la sustancia inyectada en su propio cuerpo)
encierra a las demás. Es una forma de materializar una posibilidad que
elimina cualquier otra. En lugar de representar y reflejarlas a todas acaba descubriendo
la que las anula.
1 comentario:
muy interesante
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