Hasta cierto punto la obra, basada en una novela de Ingvar Ambjorsen, adaptada por Axel Hellstenius y Peter Naes, dirigida por Andrés Lima e interpretada por Carmelo Gomez y Javier Gutierrez, entre otras magnificas contribuciones, refleja la fuerte cohesión de la sociedad noruega. Cada uno tiene su función y todas están valoradas y conectadas.
Sin embargo, en los tiempos de clamorosa crisis que vivimos, no puede evitarse una mirada posibilista, centrada no ya en las ventajas de contar con unos servicios sociales bien equipados y financiados que permiten el ensayo de vida ordinaria a los enfermos mentales institucionalizados, sino también unos servicios potenciados por su alianza con la cultura. En esta obra los funcionarios actúan con paciencia y clarividencia, buscando en su afán terapéutico el soporte de la literatura, el amor y la fiesta. En fin, el correlato de esta lectura es quizá el de las noticias de periódico que hablan de los nuevos emigrantes españoles a Noruega.
Una vez establecida esta vinculación entre los pisos asistidos y la socialdemocracia, cabe preguntarse cómo se abordaría la institucionalización de los enfermos mentales (¿la de todos nosotros?) en la sociedad capitalista pura y en la sociedad comunista. ¿Tendrían -tendríamos- los locos fiesta - espacio para el desparrame y la imprevisión- en la sociedad comunista? ¿Se ocuparía alguien de nosotros en el capitalismo extremo? En este sentido la obra puede verse como una apología de la socialdemocracia.
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