jueves, 24 de junio de 2021

El hijo zurdo

De Rosario Izquierdo.  

Ofrece una perspectiva intergeneracional singular. Un paisaje que abarca y enfrenta la juventud de la madre con la del hijo zurdo y sus respectivos desfiladeros, separados por más veinte años: la heroína como extensión en falso de la rebeldía; el neofascismo como prolongación disfrazada de ruptura de la violencia capitalista.

 La novela plantea una singladura difícil en la confluencia de la adolescencia y el odio.  La única oportunidad de avanzar viene de la colaboración que arranca de Lola y Gema, la madre y la novia del hijo zurdo, en una dinámica de gestos básicos, (pensar en el otro y perder el sueño por él, escuchar, dedicarle  tiempo, acercarse a su entorno) que se expanden y estructuran en procesos más complejos y que comienzan a alcanzar, en un contagio inverso al del odio y la autodestrucción, a quienes generaban estos. 

Esta novela dice muy bien que el fanatismo fascista en los barrios se combate deshaciendo barricadas tanto como levantándolas. Deshaciendo los prejuicios que nos impiden recorrerlos y hacerlos parte de la ciudad, compartir vida y pasar tiempo en ellos. Lola empieza este proceso de forma epidérmica, escuchando la música de los grupos de su hijo, yéndose a tomar una cerveza con la madre de El Loco, uno de los cabecillas de la banda de rapados del hijo. En el proceso de acercamiento aflora cuánto de esos grupos forma parte de una radicalidad antisistema genérica, que solo en una segunda instancia es captada por el fascismo (un proceso muy similar alimenta la expansión del fundamentalismo islámico). Ese desalambramiento en la que se empeñan, implacables, Lola y Gema pone en evidencia, al final de la novela, la debilidad del revoque neofascista con que se cubre la explotación en los barrios, haciendo aflorar sus grietas con el olor de un guiso, los gestos simples (y heroicos) con que llama a una puerta ajena, lejana, y se comparte un almuerzo.       

Dos referencias de ficción que resuenan en la lectura, una en relación a la encrucijada entre fascismo y adolescencia, La muerte del héroe y otros sueños fascistas de Juan Carlos Castillón, y otra sobre el desfiladero de la heroína en los ochenta, Creímos que también era mentira,  de Elena Figueras, a mi juicio la mejor novela sobre los años de la movida. Y resuenan también en el texto las certeras apreciaciones de María Zambrano sobre el fascismo y la adolescencia: «el fascismo nace como ideología y actitud anímica de la profunda angustia de este mundo adolescente, de la enemistad con la vida que destruye todo respeto y devoción hacia ella» (Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil

La reflexión de Zambrano sobre los aspectos emocionales del fascismo está muy bien analizada por Mercedes Gómez Blesa en su estudio introductorio a Claros del Bosque, publicado en Cátedra. Gómez Blesa destaca tres elementos en el idealismo y la actitud adolescente fascista, según la concepción de Zambrano: un odio destructor al presente, un apego al pasado y un resentimiento a la vida que impide una verdadera experiencia vital.  


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