Trieste es también el lugar que habitan las estrellas fugaces. O la ausencia de lugar, porque nada puede contener lo que está siempre en movimiento. Nuestro protagonista, como el autor de este singular y deslumbrante texto, es escritor, tiene nombre de Papa y residió varios años en Italia.
El narrador, que nunca estuvo en Trieste, nos interpela a
propósito de esa ciudad, a nosotros, sus lectores, que tampoco llegamos nunca
hasta esa esquina de Italia. Una serie de fallecimientos de personas muy queridas
que, en otros casos, dejan de serlo o
transitan hacia espacios de relación más problemática, nos hacen sospechar con
el narrador que la extensión de Trieste en nuestro firmamento puede que sea más
extensa de lo que habíamos imaginado. La
bóveda que contiene y orienta nuestros actos resulta menos estable de lo
previsto. ¿Cómo anclar los cielos, detener su corriente vertiginosa?
Y curiosamente es el propio movimiento, el más íntimo, el que
va a facilitar la respuesta del narrador,
entendida no como solución a un problema, sino como gesto que le permite
desplegar una nueva mirada en su entorno. Confluyen dos dinámicas, -la
escritura y la relación con Enma, su pareja, con la que el narrador empieza a compartir
casa- que van a relativizar la inestabilidad del firmamento. A conseguir que “lo más extraño de todo, para
mí, sea yo mismo”
Al fin y al cabo, todos nos movemos, y hasta es posible que,
bien mirado, estemos ya viviendo en Trieste. Con Urbano Pérez Sánchez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario