Víctor Sombra y yo habíamos quedado en
escribir una entrada sobre libros chinos pero el verano se ha colado de rondón
y cada uno lo ha seguido por distintas rutas, cuya intersección nos reúne esta
tarde en la sierra de Madrid. No tenemos las referencias de los libros chinos con
nosotros, con lo que hemos decidido empezar a repasar las lecturas del verano, eso
sí, después de dar un buen paseo hasta encontrar una cafetería que sirviera horchata
o Almendrola, una leche de almendras deliciosa que acabo de descubrir y que
merece, al igual que la infusión de hibisco fría, que se destierren por un año
todos los refrescos de burbujas y colorantes, que podrán volver luego, pero con
la cabeza gacha. Sin anuncios espectaculares, ni referencias publicitarias
místicas. Nos sois la chispa, ni el camino, ni la vida.
Sombra
estaba como niño con zapatos nuevos con su ejemplar dedicado de “Estilo Rico,
Estilo Pobre” de Luis Magrinyà, editado por Debate y regalo de una buena amiga. Aún no lo había empezado:
-
Te va a encantar y te va a venir
bien – le he dicho mientras Sombra escuchaba, sorbiendo su pajita. Le he
explicado que es un libro práctico, ameno, agudo. Se nota que está escrito por
quien conoce la lengua desde distintos ángulos: novelista, traductor,
lingüista. Esta pluralidad de perspectivas está muy bien integrada pero hay
otro aspecto, cuya relevancia subraya de forma especial el autor en el prólogo,
que me parece especialmente interesante.
La lengua materna de Magrinyà no es el español. Eso le ha procurado un mayor distanciamiento frente a los distintos usos del idioma, permitiéndole evaluarlos de forma más ecuánime. Esto, unido al hecho de que el autor domine otras lenguas, y en especial el inglés, incrementa su capacidad analítica, facilitando comparaciones esclarecedoras. Curiosamente, un gran número de los ejemplos de pobreza de estilo que se recogen en el libro se refieren a la mala asimilación del inglés, tanto por vía de malas traducciones como a través de los hablantes que han aprendido esa lengua e imponen sus hechuras al español. (Le he prestado mi ejemplar a un amigo, jefe de traducción española en un agencia de Naciones Unidas, que está siempre despotricando contra los malos usos del castellano por aproximación indebida al inglés, en especial por parte de delegados gubernamentales de mucho postín) Se ve que la exposición a otros idiomas puede tener efectos opuestos. Lo que me llama la atención es cuándo y cómo la influencia de una lengua mejora el uso de otra y cuando lo empeora.
La lengua materna de Magrinyà no es el español. Eso le ha procurado un mayor distanciamiento frente a los distintos usos del idioma, permitiéndole evaluarlos de forma más ecuánime. Esto, unido al hecho de que el autor domine otras lenguas, y en especial el inglés, incrementa su capacidad analítica, facilitando comparaciones esclarecedoras. Curiosamente, un gran número de los ejemplos de pobreza de estilo que se recogen en el libro se refieren a la mala asimilación del inglés, tanto por vía de malas traducciones como a través de los hablantes que han aprendido esa lengua e imponen sus hechuras al español. (Le he prestado mi ejemplar a un amigo, jefe de traducción española en un agencia de Naciones Unidas, que está siempre despotricando contra los malos usos del castellano por aproximación indebida al inglés, en especial por parte de delegados gubernamentales de mucho postín) Se ve que la exposición a otros idiomas puede tener efectos opuestos. Lo que me llama la atención es cuándo y cómo la influencia de una lengua mejora el uso de otra y cuando lo empeora.
-
Esta claro- ha intervenido Sombra, que ya
había terminado su horchata y lo recalcaba con esa aspiración tan desagradable
que procede del fondo del vaso cuando se une el aire a la escasez de líquido. Y ha añadido:
-
Cuando se dominan las otras
lenguas, mejora el uso de la de referencia. En otro caso, empeora.
Le he pedido un ejemplo.
Le he pedido un ejemplo.
- Una parte de los antiguos inmigrantes españoles en Ginebra- ha señalado Sombra- En especial de los que procedían de un entorno bilingüe, como los gallegos. No hablo de los actuales, sino de los que llegaron en los sesenta por causas económicas. Salieron jóvenes de su país y no aprendieron bien el español cuando se vieron confrontados al francés en el entorno laboral. Al hablar español dicen cosas como “ir a la retreta”, en vez de jubilarse. El francés también lo llenan de palabros españolizados…
- Se trataría entonces de separar los idiomas- he intervenido, continuando su razonamiento- Sólo si los separas eres capaz de compararlos para mejorar su uso, en vez de confundirlos…-
- Algo así, el conocimiento los mantiene separados- ha confirmado Sombra, mientras me señalaba una noticia del periódico.
Una chica holandesa que hacía “puenting” en Cantabria se había precipitado al vacío sin la sujeción necesaria, falleciendo al caer contra el suelo. Las instrucciones de los monitores, en inglés, eran confusas. “No jump!” supone un uso pobre del inglés, quizá contaminado por el “no saltes” español. De hecho, daba pie a pensar que se le pedía que saltara ya, “ now jump!”, en vez de que no lo hiciera.
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