Sombra y yo hemos leído al tiempo "En la Ciudad del Mañana" de Brigitte Reimann y Hermann Henselmann, editado por Ibon Zubiaur, que lo prologa, traduce y anota, publicado por Errata Naturae. Junto con "El comité de la noche" se trata de una de las lecturas que más nos han impresionado recientemente. Comparte con este una cierta dificultad de catalogación, un carácter fronterizo en la república de los géneros literarios, que acaba por convertirse en un poderoso atractivo.
"En la Ciudad del Mañana" recoge la correspondencia entre un arquitecto consagrado y una joven novelista. Es un relato maravilloso sobre la relación entre dos generaciones, entre dos tipos de creación, entre la industria y la literatura, unidas y separadas en la RDA por la "línea Bitterfeld" que llamó a los escritores a participar del trabajo y la vida de las fábricas. Es un testimonio incomparable de las ambiciones y dificultades de los creadores y artistas en un régimen en que la estética no se define por sí misma, excluyendo a la sociedad, donde la rosa es siempre con porqué.
Es cierto que estamos ante una relación epistolar pero el modo de combinar las cartas revela una intención de construcción conjunta. Aún así, la vida no es buena escritora y creo que sin la intervención de Zubiaur que, junto al prólogo introduce fragmentos del diario de ella, y dos notas de Henselmann y su mujer, los textos no hubieran alcanzado el dudoso estatuto de ficción.
Una ficción que, como un collage, Zubiaur compone con palabras ajenas.
"En la Ciudad del Mañana" recoge la correspondencia entre un arquitecto consagrado y una joven novelista. Es un relato maravilloso sobre la relación entre dos generaciones, entre dos tipos de creación, entre la industria y la literatura, unidas y separadas en la RDA por la "línea Bitterfeld" que llamó a los escritores a participar del trabajo y la vida de las fábricas. Es un testimonio incomparable de las ambiciones y dificultades de los creadores y artistas en un régimen en que la estética no se define por sí misma, excluyendo a la sociedad, donde la rosa es siempre con porqué.
Es cierto que estamos ante una relación epistolar pero el modo de combinar las cartas revela una intención de construcción conjunta. Aún así, la vida no es buena escritora y creo que sin la intervención de Zubiaur que, junto al prólogo introduce fragmentos del diario de ella, y dos notas de Henselmann y su mujer, los textos no hubieran alcanzado el dudoso estatuto de ficción.
Una ficción que, como un collage, Zubiaur compone con palabras ajenas.
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